Falcó

“Voy a la mejor dentista del mundo porque no me duele y porque nunca me ha fallado. Si se muda a China, me iré con ella”, dice Anna Costa, que no duda en desplazarse desde Badalona a la clínica dental que Natalia Falcó dirige en La Bonanova barcelonesa. Natalia pertenece a una estirpe de odontólogos argentinos arraigada en la ciudad. Su padre, Eduardo, llegó en 1984 “solo, con 25 años, confiando en las posibilidades de Europa. Abrí una consulta a la que si entraban tres personas al mes era mucho”. De modo que buscó trabajo en una clínica que necesitaba dentistas en Sant Feliu de Guíxols. A cien kilómetros de allí.

Dialogps V-3879_baja

Cuando surgió la opción de regentar su propia consulta en Monistrol de Montserrat (a unos cincuenta kilómetros de Barcelona), no titubeó. “En España, la educación dental era malísima, los hábitos inexistentes. Además, como Franco veía la odontología como un nido de comunistas, escaseaban las licencias y a menudo el dentista era el más rico del pueblo”. Y en Monistrol, el dentista fue él.

Eduardo consiguió permisos de residencia españoles para su hermano y su padre, Guillermo Falcó, que en los años sesenta había desarrollado una técnica para salvar los dientes dañados evitando la extracción, sólo adoptada en el mundo por otro doctor italiano. Aplicándola, Guillermo practicó un arreglo impecable a un prohombre judío de Buenos Aires. “Ese cliente me envió a todos los judíos de la ciudad y me hizo millonario”, afirma el abuelo Falcó, que también sabe relajar a los pacientes con hipnosis, un ardid de la época preanestesia. Pero, ¿por qué decidió venirse a España a los sesenta años? “Para empezar otra vez”, afirma, recordando la cola de más de doscientas personas que se formó el día que abrió su clínica en Sant Joan de Vilatorrada. “Un pueblo de ocho mil habitantes sin dentista -señala Eduardo-. Era espectacular. Y cuando se enteraron en Súria, Manresa, Sallent…”.

Retratos_DV-3931_baja

La entrada de España en la Unión Europea espoleó leyes y hábitos favorables a la higiene dental, de modo que cuando Natalia aterrizó en la Barcelona de 2001, los Falcó más veteranos ya compartían envidiables sonrisas con miles de pacientes.

La línea heroica

“Vine para quedarme -dice Natalia-. Quería aprender y estar con mi padre”. Si Guillermo era especialista protésico y Eduardo cirujano, Natalia prefirió la rehabilitación y la estética, fiel a “la odontología heroica -así la llaman algunos profesionales- practicada por los mayores, que consiste en salvar piezas en lugar de sustituirlas. Desde hace unos cinco años está en auge, la gente es más consciente que tiene valor cuidar lo propio. Antes se funcionaba a base de implantes”.

Natalia empezó como auxiliar de su padre. Luego, trató a los pacientes sola. Primero, dos. Más tarde, cinco. Ahora son ocho las bocas que revisa al día, una hora por paciente, “porque la parte de la charla es imprescindible. Les explico lo que vamos a hacer. Los valoro, los cuido”. En el tránsito, Eduardo había abierto la Clínica Falcó en la calle Escoles Pies pensando que un día la conduciría Natalia. El momento llegó en 2005.

Por entonces, Natalia ya disponía de una clientela convencida, aunque alguna fuera heredada. “Hace treinta años yo era paciente de su papá -dice Anna Costa- y Natalia me da la misma confianza”. La familia de Costa es proclive a las complicaciones dentales: una de sus hijas debió tratarse doce caries antes de hacer la comunión; su marido sufrió un accidente tras el que el especialista en maxilofacial le recomendó operarse, si bien confiaron a Natalia la reconstrucción sin pasar por el quirófano. “Le hizo una obra de arte -asegura Costa-. Yo ahora estoy con radioterapia: se me han caído quince piezas. Cuando la boca me duele muchísimo le envío un whatasspp pidiendo consejo, y nunca tarda en responder. Ha llegado a dejar a su familia en la mesa el día de San Esteban para venir a atenderme. Hace cosas que superan la profesionalidad. Es vocación”.

Dialogps V-3956_baja

“La clínica es mi hobby”, argumenta Natalia, que no obstante dedica unas horas de los viernes y algún sábado a impartir clase en la facultad a futuros odontólogos. Quiere transmitir su entusiasmo a los que vienen, igual que hizo con ella Piedad Jiménez, la profesora y coordinadora del postgrado de Estética que, al detectar “a una alumna tan brillante, me la quedé como colaboradora”. Los excelentes diagnósticos de Natalia la ayudaron a entrar en el equipo universitario, ahora codirigido por Nuno Gustavo Correia d’Oliveira. “Tiene conocimientos, facilidad para planificar, transmite conceptos complicados de forma simple y siempre está actualizada”, dice Correia de una Natalia a quien resume con las mismas palabras que Piedad: “mi brazo derecho”. Una confianza evidenciada, por ejemplo, “en que Natalia me haya confiado al hijo de su marido para que le trate la ortodoncia”, dice Correia. La doctora Jiménez añade: “La quiero como a una hija. Y por eso le diría que tenga algún hobby fuera de la profesión. De esto yo me di cuenta con mi marido”, un cirujano apasionado del arte al que siempre agradecerá haberla acercado a ámbitos menos científicos.

En la línea de su profesora, Natalia confía en los méritos y la cercanía. Por ejemplo, ha contratado a una endodoncista que fue alumna suya, Anna. También trabaja con Tania, auxiliar higienista, además de los técnicos en prótesis que suponen “la mayor parte del gasto de la facturación”, esfuerzo más que justificado, asegura, porque sus “obras de arte, que nosotros colocamos, son la guinda del pastel que permite que nuestro trabajo luzca y sea digno de admiración”. 

Retratos_DV-3961_baja

Eso sí, la mayoría de pacientes requiere su supervisión. “Al final quieren que los revise yo. Cuando después de mi último parto estuve cuatro meses de baja, hubo gente que no vino a visitarse esperando a que volviera. Es que tenemos una relación… hay clientes que me conocen desde que yo tenía cinco años, cuando venía a ver a mi padre a Barcelona. Y les he tratado a ellos, a sus hijos, a sus nietos…”.

Esa fidelidad también es fruto de las charlas para convencer a sus pacientes de que la salud dental es un proyecto común; y de las virguerías artesanas que consuma gracias a un pulso de miniaturista y a los materiales adhesivos japoneses, agujas, huesos o membranas de primera calidad que emplea en sus intervenciones. “Trabajan con marcas y buenos materiales -dice Koldo Insausti, proveedor de Proclínic-. A veces les convenzo para que prueben algo de un fabricante puntero pero luego casi siempre siguen con lo que tenían. Son muy exigentes”.

Proclínic maneja 58.000 referencias de productos “y suministra desde las Coca-Colas a los sillones y la aparatología”, indica Insausti, cuya relación con Tili, la recepcionista argentina de la clínica Falcó, ha trascendido lo profesional: alguna vez ha ido a verla cantar tangos en locales de la ciudad. Mantener frescos los afectos es una clave del sello Falcó, como ilustra Jennifer, clienta de la época de Monistrol que viene dos o tres veces al año a Barcelona para ser visitada por la hija de su dentista primordial. “Cuando Eduardo se marchó del pueblo fue un drama. Pero seguimos a la familia, y Natalia… la primera vez que nos visitó, mis hijas eran pequeñas. Fue muy cariñosa, les regaló unos guantes. En aquella época, no había forma de que una de ellas dejara el chupete. Natalia le explicó que si seguía usándolo se le deformaría el paladar y mi hija se quitó el chupete de la boca y se lo dio”.

Retratos_DV-3904_baja

“La gente establece una relación cercana con el dentista porque la boca es algo muy íntimo”, dice Guillermo. Por eso, Natalia no se plantea convertirse en franquicia. “No es un modelo de trabajo. El nuestro se basa en la cercanía”. Madre de dos hijos, no se plantea si alguno continuará la saga del diente. “No les diré que sean odontólogos como nadie me lo dijo a mí. Nunca sentí el peso de la tadición. Simplemente, era algo que estaba en casa… y me gustó”. Una inclinación familiar tan inexorable y solidaria que Guillermo, ya jubilado, sigue inspeccionando gratuitamente un par de veces por semana las bocas de los monjes de Montserrat.

 

Deja un comentario